Jennifer Lawrence, una novata en América
Todo empezó como empiezan las cosas (y personas) más brillantes, naciendo. Y ella lo hizo en Louisville, la ciudad más grande del condado de Kuntucky. Así que, sí, ya apuntaba maneras de grandeza al nacer en el lugar más habitado del estado, y por ser norteamericana. Algo que no le ha quitado la posibilidad de ser una novata en su tierra, como ha demostrado ser cada vez que ha elegido la humildad a la soberbia implícita de ser la preferida de una industria abocada al éxito, fuera y dentro de las pantallas.
Y es novata porque de no serlo, no habríamos disfrutado de la Jennifer Lawrence más inocente, la tímida chica que llegó a Hollywood de rebote y ni ella misma se creyó estar pisando los talones de la fama a veteranas como Julianne Moore, Amy Adams y Elizabeth Banks, todas ellas compañeras suyas de reparto en las más de 13 películas que lleva ya en su todavía principiante espalda. Una joven chica aterrizada en Hollywood encogida de hombros y con el pelo cayendo por sus mejillas en un intento de pasar desapercibida por las cámaras. Pero los focos la quisieron en su momento y la veneran en la actualidad.
Aprendiz de todo y maestra de nada, que tuvo que crecer en muy poco tiempo al ser carne de portadas, musa de diseñadores y objetivo de directores de cine. Un estilo de vida que profanó con 20 años y desde entonces no ha encontrado escapatoria de la América más veterana, la inteligente, la que sabe coger a una presa y convertirla en la reina del baile o en la repudiada por los invitados. Siendo ella la que recibe la corona al final de la noche, año tras año, en cada gala, premio y evento por el que se deja ver.
Así lleva haciéndolo desde que tiene uso de razón hollywoodense. Desde 2011 no ha parado de enseñar la patita del potencial que, por aquella época, tenía con tan sólo 20 años; algo que demostró doce meses después con el estreno de El lado bueno de las cosas (2012), la no tan buena película de su repertorio que le llevó a ganar el Oscar a Mejor actriz con 21 noveles años.
Nadie olvidará a la recién llegada Lawrence que, de la emoción o como intento de llamar la atención, precisamente por ser una niña, todavía, subió al escenario ataviada de un vaporoso vestidor Dior, tropezando en las escaleras de subida a la fama imparable y reafirmando la inocencia de una chica que estaba viendo su sueño hecho realidad.
Un traspiés que lanzó a Jennifer Lawrence al estrellato en el que vive hoy, con firmas de moda peleándose por hacerla embajadora de sus campañas, directores de cine retándose unos a otros por ver quién le da el mejor papel que haga que esta ya no tan inocente niña repita gloria.
La buena suerte ha convertido a la actriz de niña a mujer, dejándola volar tan alto que, en el mes de su 27 cumpleaños, puede presumir de haber conseguido arrebatar a Julia Roberts su papel más importante, el de novia de América.
Sólo con ser novata y romper los bajos de un Dior en su camino a la estatuilla.