Belleza

Cuero exterior

La perfumista Christine nagel nos cita en el misterioso sótano de pieles que tiene la maison Hermès; el lugar donde nace el perfume Galop y muchos otros sueños olfativos en el que este material es el rey.
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La perfumista Christine nagel nos cita en el misterioso sótano de pieles que tiene la maison Hermès; el lugar donde nace el perfume Galop y muchos otros sueños olfativos en el que este material es el rey. Se trata de una auténtica esta para todos los sentidos. Al contrario de lo que podamos imaginar, cuando se rezaga detrás de los rollos de becerro, de ternera y cocodrilo, atendiendo a todo lo que se esconde en esos estantes metálicos alineados de forma impecable, Christine Nagel, perfumista de Hermès, no solo se dedica a oler la piel, escanear sus vapores o diseccionar uno a uno sus aromas; también acaricia el grano, experimenta su fuerza (eso que llama “comprender su textura”) y palpa las pieles más flexibles. ¿Dónde más si no es en esa isla secreta, antecámara de la creación ubicada a medio camino entre la bulliciosa Périphérique (la carretera principal que rodea la ciudad de París) y su nuevo laboratorio donde reposan cerca de 800 referencias de pieles y cueros, podría Nagel experimentar ese toque sensual que a ella le gusta destilar en cada una de sus composiciones y le apasiona tocar en cada uno de sus perfumes? “Ciertos ingredientes añaden el tacto al olfato; es más, habría que saber si ese tacto es el que realmente recoge o da el cuerpo y el alma que domina la propia materia”, explica la mujer que se ha hecho con la dirección olfativa de la maison hace ya 18 meses. Darse un chapuzón en este laberinto silencioso regenera todas las neuronas. Pasear por este hangar de Pantin custodiado, como las reservas de oro que dicen hay en el mítico Fuerte Knox, es despertar con un simple chasquido de dedos dentro de los orígenes de la perfumería, es abrirse ante un horizonte de ensueño. Esas pieles de todas las especies (recogidas en las mejores fábricas de Francia e Italia) transmiten aromas verbales que desatan la imaginación: flor pigmentada, búfalo, pluma de cordero, anilina, cachirulo... Bajo esa luz artificial del complejo, susurramos las palabras Doblis, Epsom, Box (un cuero de ternera curtido al cromo) o Barenia con el mismo apetito y placer refinado que pronunciamos, en cualquiera de las sombras que proyecta la cueva, los nombres de Petrus, Yquem o la denominación Romane-Conti. En la piel Eso que nos golpea al inicio es un aroma dulzón, tierno, para nada bestial ni animal. Parece que los cueros de calidad, en realidad, huelen a flores... Como cuando Jean-Claude Ellena, maestro perfumista de referencia en la maison, paseó su nariz por esta tranquila guarida para componer su famoso Cuir d’Ange (2015): un aroma untuoso que tan bien le sienta a la piel del hombre (con uno de esos cueros suaves de gran corazón). Una página de Giono que le inspiró un cuero travieso y joven, un cuero soñador, obtenido a partir del narciso, de la mimosa, del vetiver y envuelto con un toque de almizcle. El cuero, de hecho, es una referencia permanente al mundo de la perfumería en general y a la perfumería de Hermès en particular. Para los que nos topamos de primeras con este mundo, hay que recordar dos episodios precedentes. El primero, en 1951, cuando el genial Edmond Roudnitska evocó en su L’Eau d’Héres, un perfume intenso, el aroma del fondo del bolso de una mujer en el que aún flota la mezcla de su propio olor con, quizá, aquel de una conquista, (una bloguera canadiense lo resumió a la perfección con una divertida fórmula llena de ironía: “los calzoncillos de Robert Mitchum en el bolso de Grace Kelly”). Y 1986, cuando el nariz Jean-Louis Sieuzac creó Bel Ami a partir de un cuero oscuro y decadente refrescado con una lámina de limón y bergamota. Y es que Hermès no podía encontrar la legitimidad dentro del mundo de la perfumería en otro lugar que no fuera el de la experimentación con el cuero. Además, cuando sabemos que las creaciones de este compositor son tan sensuales como impetuosas, los hombres se vuelven tan deseables como las mujeres, los sentidos siempre se agitan y el apetito se a la. No podemos olvidar que este material es también piel (que, en todo caso, llega después de un trabajo de curtido) y que el perfume vuelve para posarse sobre ella, en un matrimonio inevitable. Christine Nagel se alimenta de esos artesanos de la piel, como el experto que encuentra la tonalidad perfecta de azul de Prusse para un bolso; ella se apodera de esa pieza de cuero azul noche: “es al tocar el Doblis, un cuero de ternero aterciopelado al tacto, cuando toda la historia se reveló en mi cabeza. ¡Se me puso la piel de gallina! Ahí es cuando comencé a hablar de la flor del cuero, el lado contrario de la carne, y empezaron a sonar esas palabras: flor, cuero... el maridaje de la rosa en la piel”. Ironía de la historia: los aromas que aparecen en esos rollos constatan que el cuero es un paso previo al corazón de una rosa. Y son dos lados condenados a entenderse. “Yo no he querido trabajar el cuero de forma literal. Podría haber cortado los trozos de Doblis y hacer una infusión de cuero. Pero yo buscaba otra cosa en ese aroma”. Sin verlo como un culto fetichisita, a Christine Nagel (conocida por su amor casi excesivo al pachuli) le gusta cada vez más este material. El cuero, ese aroma eterno y solemne, pero con cierta tendencia a lo dulce, se acomoda con ella, se ilumina, se eleva y se suaviza. “Yo ya tuve mi amor de juventud con el Doblis, pero ahora la puerta se ha abierto de par en par y, quizá, un día firme un acuerdo de amor entorno al Barenia y otros materiales de calidad. Y, por qué no, algún día podría cerrar una colección entera en torno al cuero”. Como la casa del lujo que es Hermès, el propio compositor dice también mantener vivo ese deseo. Artículo publicado en el número 23 de papel.

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