¿Por qué la comida de avión sabe verdaderamente a rayos?
A pesar que viajar en avión sea ya una práctica tan normal como esperar al metro, pillar el 52 de vuelta a casa o pedir un Cabify para llegar puntual a tu cita del sábado, hay algo a lo que nos cuesta acostumbrarnos por mucho que la práctica nos haya ido facilitando el camino y es que da igual lo poco que hayamos desayunado o el hambre voraz que se nos despierte a miles de pies de altura que la comida servida en los aviones es todavía una cuenta pendiente de nuestras papilas gustativas frente a la minimalista bandeja que se nos deja sobre la mesa plegable, al rato de haber despegado.
Da igual lo que pidamos, no importa lo mucho que recemos o los dedos que crucemos antes de retirar la humeante tapa de aluminio, la comida de los aviones sabe a rayos y lo sabes.
Según un estudio de la Universidad de Cornell (Estados Unidos), el comer a determinada altura puede alterar la percepción de los sabores. De la misma manera, aquellas personas que para evitar el golpeante sonido de los motores comía con los auriculares puestos, disminuía la percepción de los sabores dulces e incrementaba la potencia de los más salados.
Y es que las acústicas sacudidas podían provocar una serie de turbulencias en la cuerda del tímpano, lo que conllevaba una errónea transmisión del sentido del gusto desde la lengua al tronco cerebral. Fuertes zumbidos que estarían incidiendo en tu capacidad para diferenciar sabores y en la opinión que el chef encargado de la gastronomía aérea, podría ir dedicándose a otra cosa que no fuera experimentar en la cocina.
De la misma manera, el estudio incidía en que dadas las alturas y la alteración de nuestro sentido del gusto, para lograr acabar satisfecho después de cada ingesta, debemos apostar por productos salados puesto que los dulces no terminan de dejarnos satisfechos. Un consejo perfecto para no comernos la galleta que acompaña al café, pedir otro azucarillo extra a la azafata o lanzarnos al chocolate como verdadero afrodisiaco que nos haga olvidar que la comida de los aviones es espantosa y una excusa perfecta para intentar llevarnos la próxima vez una tupper de las croquetas de mamá, por lo que pueda pasar.